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La distancia constructiva

Este es un espacio en el que quiero concretar mi aproximación a los dilemas éticos que aparecen en el ejercicio de la abogacía. 

No hablo del derecho, sino de la abogacía. No son exactamente lo mismo. Asocio la abogacía al litigio; esa actividad que pone a quien defiende a otro u otra en una relación que es importante definir con mucha precisión. Ese otro u otra que es defendido porta intereses, riesgos y emociones absolutamente variables que es preciso respetar y tomar muy en cuenta, pero con los que es absolutamente impropio identificarse. Primero porque la diferencia de roles que impone la defensa profesional o cautiva crea inevitablemente una relación de subordinación entre quien defiende y quien es defendido o defendida que, nos gusta o no, define los términos de referencia.  La diferencia es tan vertical como la del médico y el paciente o la del terapeuta y el participante en una terapia. Si se quiebra y es el abogado quien se subordina (haciendo por ejemplo “lo que el cliente quiere” y punto) el abogado deja de agregar valor a la organización del caso. El abogado no puede ser “empleado” de su cliente. Si alguien pretende invisibilizar esta asimetría y convertirse en “amigo personal” de aquel o aquella a quien defiende, entonces el valor que agrega la defensa al caso se debilita, porque en una relación horizontal ambas personas representan lo mismo, el control del proceso se desplaza horizontalmente de una parte a la otra, y entonces estamos a un paso de la subordinación o estamos empezando a aceptar esquemas de subordinación transitoria o contingente que desfiguran la relación. 

La empatía es imprescindible. Pero una relación como la que representa la defensa forma un espacio de distancia constructiva imprescindible.  

Un abogado de litigio tiene que empezar ayudando a aquel o aquella a quien defiende a revisar su relato sobre los eventos que provocan su exposición o su necesidad del sistema legal.  Las personas no son portadoras de casos, son portadoras de historias que usualmente registran imprimiendo en ella sesgos, distorsiones, olvidos, sobre empoderamientos y una serie de desórdenes que es preciso identificar para poder ayudarle a organizar un relato más equilibrado, que pueda ser defendido ante terceros. Ese ejercicio de estructuración narrativa debe apoyarse siempre sobre la memoria de la persona a la que se atiende. Y requiere distancia, porque la proximidad convoca a la transferencia y a la protección de los sesgos, distorsiones, sobre empoderamientos y demás desórdenes de los que el abogado es portador o portadora.  

Los terapeutas grafican esa distancia con el uso del “usted” entre abogados y clientes el “usted” no es usual, pero ejercicios como la distancia de las sillas, el uso de las mesas, el empleo de las salas de entrevistas del abogado, no del cliente, la prohibición del alcohol y los almuerzos ayudan a crear escenarios que representan esa distancia imprescindible. 

No es solo una costumbre entonces resistirse a defender a familiares y amigos. El afecto hace imposible mirar con la mirada con la que debe mirar un abogado que no quiere generar en su entorno relaciones basadas en la subordinación y en la dependencia. 

En nuestra práctica llevamos esta construcción aún más adelante.  No aceptamos representar a nuestros defendidos porque entendemos que tener una representación nos pone en la posición de clientes. Este límite no alcanza a abogados corporativos que trabajan “en” las oficinas de las empresas a las que muchas veces defendemos.  Tampoco alcanzan a los abogados que prestan servicios como directores profesionales ni a los asesores que aunque son externos a las compañías a las que representan, operan casi como internos.  Pero estos abogados son asesores, no son abogados de litigio. De modo que no les alcanzan las consideraciones que ahora exponemos. 

Sostenemos esta diferencia también en los casos pro bono que defendemos.  La defensa pro bono crea una dificultad para la generación de relaciones en distancia constructiva.  En las relaciones de servicios puestas en el mercado la fijación de honorarios refuerza la distancia.  Usualmente aquí es lo contrarío, hay que operar prevenidos de la posibilidad (no nos ha pasado, pero lo hemos visto ocurrir) de algún cliente o clienta que crea, equivocadamente, que pagar por los servicios que recibe le da mando o superioridad en la relación.  A quienes incurran en esta confusión hay que invitarlos, inevitablemente, a dejar la cabecera de la mesa y pasar al sofá.  Se logra con bastante simplicidad si comprendemos la confusión y no nos ofende cualquier incidente basado en esta confusión.

Pero hablábamos de los casos Probono y decíamos entonces que también en estos casos es imprescindible diferenciar la empatía del afecto o la personalización de relaciones que, para funcionar, requieren esa distancia imprescindible.

Cuando ejercémos la defensa no intentamos resolver nuestros problemas personales en el otro u otra. Necesitamos encontrar la claves para resolver los suyos. 

Por eso necesitamos distancia